Cálidos, amasando la sopa eléctrica
en última llamada,
de esos que recorren media Asia
en un solo abrazo.
Caídos, por el peso de títulos acartonados,
casi sin venas ni nervios.
No de los que defienden al ser amado
sin rendir pleitesía.
Cándidos, como el aceite que derrama
la luz angosta de las lucernas,
que parece que agasajan
a contraria voz quemando pastos.
Caminos, que se erigen en lo adverso
y son capaces de abrigar en lo severo.
Que trazan pero no tocan, como un preso
delinea el contorno de su prisa.
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